A sus 65 años Andrea ha aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Se sienta con calma y sin prisa a disfrutar de una buena taza del mejor café; aspira su aroma y esa acción le da las fuerzas que necesita para iniciar su día y la inspiración para escribir una nueva historia.

“Me siento plena, satisfecha, en paz con mi vida y muy feliz”, piensa.

Vivió años de mucho dolor cuando tuvo que separarse de su esposo. Él conoció a otra mujer, mucho más joven y decidió dar rienda suelta a sus deseos e irse a vivir con ella.

Andrea se sintió pérdida porque se había enfocado en ser la mejor esposa, a tal grado que se olvidó de ella, de sus gustos, de sus hobbies, de sus intereses.

Andrea había tomado la decisión de jubilarse para tener tiempo de viajar y disfrutar de la vida al lado de su esposo. Días después, él habló con ella y le pidió el divorcio.

Cuando él se fue, Andrea vivió noches inmersa en la peor de las tristezas. ¿Qué era lo que había hecho mal?, se preguntaba una y otra vez.

¿Acaso todo su esfuerzo y dedicación para con su esposo y para con sus hijos no había valido la pena?

Sabía de esta debilidad que tienen los hombres por buscar mujeres más jóvenes que los hagan sentir que recuperan un poco de la vida que se les está escapando de las manos. Pero tomar la decisión de irse y dejarla, iba más allá de…