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A veces la respuesta más corta es la mejor respuesta.
Amanda había estado separada de su esposo por más de un año. Un día él se apareció en la puerta de su casa. Desde el momento que entró, ella supo que ahí terminaría todo definitivamente.
El divorcio había pasado por la mente de Amanda en muchas ocasiones.
“¿Por qué no?, se preguntaba; un año es tiempo más que suficiente para saber si quieres estar o no con tu pareja.
A pesar que ella sabía que ese breve encuentro sería para poner el punto final a su relación, muy en el fondo de su corazón ella quería tener una segunda oportunidad. Algunas noches soñó con que él la visitaba, le decía cuanto la había extrañado y le pedía perdón.
Y esa visita se hizo realidad, sin embargo no como ella hubiera querido. Él toco a la puerta y entro en la casa, la saludo tan fríamente que Amanda perdió la última esperanza de reconciliación. Y ese pensamiento que había añorado tantas veces la hizo sentir tan tonta, tan falta de valor.
¿Vienes a pedirme el divorcio?, preguntó ella.
Si, contesto él de manera fría y sin ninguna expresión en su rostro.
¿Está seguro?, insistió Amanda.
Si, le respondió él sin siquiera mirarla a los ojos.