Ana y Marcos tenían una relación que muchos envidiaban. Desde su adolescencia, habían compartido risas, sueños y el tipo de amor que parecía destinado a durar toda la vida. Sin embargo, lo que parecía ser un vínculo inquebrantable, comenzó a desmoronarse cuando ambos dejaron que las heridas del pasado definieran su presente.

La primera grieta apareció cuando, siendo aún novios, Ana decidió terminar con Marcos. Sentía curiosidad por conocer a otra persona, y aunque su intención nunca fue lastimarlo, el dolor que dejó en Marcos fue profundo. A pesar de que eventualmente regresaron, algo en él había cambiado. Aceptó estar con ella de nuevo, pero el rencor se instaló en su corazón, como una sombra que nunca desaparecía del todo.

Pasaron los años, y aunque se casaron, los recuerdos de esas decisiones impulsivas seguían presentes. Marcos, a pesar de amarla, no podía evitar revivir el momento en que Ana lo dejó cada vez que discutían. En su mente, esa herida abierta se combinaba con otro error que complicaba aún más la situación: una infidelidad. Marcos, en un momento de debilidad, había engañado a Ana. Ella, decidida a salvar lo que habían construido juntos, optó por perdonarlo y seguir adelante. Pero el perdón no era completo, ni para ella ni para él.

Cada discusión que surgía entre ellos se convertía en un campo de batalla donde las viejas heridas se reabrían. Si Ana mencionaba algo trivial, Marcos encontraba la manera…