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Besar una boca veinticinco años más joven
Se sentó con ambas piernas sobre el sofá rozando con sus rodillas los muslos de él. Le acercó la taza de café que le había preparado. Estaban cerquita uno del otro, tanto que podía olerlo. Un tufo a loción fuerte, a madera. Y por debajo, el poderoso aroma de su carne. Un olor caliente, almizclado, masculino.
Lo veía sintiéndose intimidada, nerviosa. Su mirada se le hacía irresistible y sus ojos delirantes, ardiendo bajo sus gruesas cejas. Lo deseaba tanto pero no debía ser. Veinticinco años era la diferencia de edades entre ambos. Ella podía ser su madre o su tía. Pero se sentía caer fatalmente hacia él, era una locura. Y, sin embargo, podía. Él era un hombre joven maldita sea, que a kilómetros se notaba que la deseaba. No tenía ni que preguntarse si él estaría dispuesto. Bastaba con que se inclinara y le comiera la boca. Sin embargo, ella se sentía incapaz de moverse. Estaba paralizada. Abrasándose y convertida en piedra.
Entonces él alargó la mano y le pasó el dedo índice por la mejilla. De arriba abajo, muy despacio. Después le acarició con el pulgar sus labios, los entreabrió y metió el dedo dentro. El cuerpo de ella perdió el esqueleto de repente. Toda se abandonó, se licuó, se deshizo. Ni un solo hueso le quedaba. Él agarró su nuca con la mano abierta y metió cada uno de sus dedos entre su cabellera, aún mojada por la lluvia que los había…