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Capítulo 3. De mi libro La Vida Pasa Rápido “Próximamente relanzamiento de la undécima edición”.
La luz estaba apagada, la cocina estaba oscura y eran las dos de la mañana. Abrí el refrigerador y saqué lo que sobró del Flan Napolitano del cumpleaños de mi abuelo. Aún quedaba un poco menos de la mitad, lo toqué con los dedos. Estaba frío, justo como me gusta. Agarré todo lo que pude con la mano y lo metí de un bocado a mi boca. Mi madre entró en ese momento y me vio con los cachetes inflados. Además de pequeños trozos de flan en los labios.
“Alejandro ¿Estás comiendo a esta hora?, ¿Qué no puedes comer como la gente decente?”
Siempre había creído que las dietas eran horrendas, las odiaba tanto como la mayoría. Tanto como tú probablemente, sobre todo porque reconozco que tengo el mayor antojo por el pan de dulce que cualquier persona que conoces. Y tengo una falta de autocontrol tan fuerte cuando estoy frente a un chocolate, que un niño de 4 años sentiría vergüenza de mí. Sé que cuando algo me encanta, soy absolutamente terrible con la moderación.
Aunque eso no es malo necesariamente si encuentras los estímulos correctos. Es justo esa sensación de desear tanto algo, lo que hace que lo consigas; se trata de la pasión que traes adentro.
De hecho, algo que he aprendido en la vida, es que aquello que te seduce, te inspira, te motiva o te enamora, no hace falta verlo con moderación, o vas absolutamente por todo o mejor no vayas por nada…