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Claudia lo conoció y pensó que tenían mucho en común. Pasaban los días conectados, mensajeando y sintiéndose felices.
O eso pensó.
Una noche, Claudia recibió un mensaje de texto:
“Necesito decirte algo. Si esto cambia tu decisión de conocerme, lo entenderé”.
Claudia se sintió muy curiosa por saber que era lo que él quería contarle. Él escribió:
“Quiero que sepas que solo estoy buscando una amiga”.
Él le contó que con la pandemia vivió varias tragedias personales y que necesitaba alguien con quien compartir.
“Me disculpo. No quería herir tus sentimientos. Me he dado cuenta de que tu estas buscando tener una pareja”.
Claudia no entendía del todo sus palabras, lo que había vivido con él, la había llevado a entender que tenían objetivos en común. Pero las siguientes palabras fueron un balde de agua fría para ella.
“No estoy buscando una pareja potencial, porque en realidad tengo una novia. Ella sabe que estoy tratando de conocer gente y que a veces mis métodos son menos tradicionales”.
Claudia releyó el mensaje. Pasó de un sentimiento de tristeza, al enfado. Ella no se había equivocado. Él la había perseguido, o eso parecía. Le había enviado mensajes de texto todos los días y, durante meses.