Conozco cada uno de tus defectos. ¿Quién soy? Tu peor pesadilla…
Estoy en el vestidor, mirándola. Veo el reflejo de su cuerpo desde todos los ángulos, lo veo brillantemente iluminado, en primer plano, expuesto, imperfecto…
Para Fernanda, todo aquello que no le gusta de sí misma, es recurrentemente una pesadilla. Yo veo su cuerpo tal y como es, ella en cambio, ve todos sus defectos maximizados… por triplicado, y siempre que lo hace, se queda atrapada en un trance de desdén. Sus ojos se encienden cuando reconoce una vez más, cada uno de ellos. Le recuerdan de dónde vienen y por qué persisten todas sus inseguridades. Mientras que yo… la sigo mirando. El aliento la atrapa cuando recuerda que estoy ahí, se atora en su garganta mientras hacemos contacto visual.
"Ugh, mis caderas son tan anchas".
Las palabras le salen fácilmente, y son, extrañamente, un estribillo reconfortante. Se agarra con ambas manos la piel de los costados de su cintura, gira la cara como un tornillo para ver los hoyuelos de la parte de atrás de sus muslos. Mira sus brazos en donde, según ella, hay un exceso de piel a un lado de sus axilas. Lamenta la grasa que se ha acumulado visiblemente en su cuerpo, la que está entre sus muslos, la que ablanda su vientre.
Después de toda una vida de intentos de dietas, doctores, entrenamiento, ejercicios y pastillas milagro, Fernanda y yo hemos tenido miles de momentos como este, y una vez más, aquí estamos frente a frente. Rara vez la he escuchado hablar bien de sí misma.
A Fernanda se le olvida que su cuerpo es el único hogar que tiene, y casi cada vez que la veo, lo insulta fácilmente y sin pensarlo. Y casi cada vez que la veo, me pregunto por qué la invito a volver… hacia mí. Yo sé que Fernanda tiene envidia de no tener las piernas de la chica de Instagram. Qué pena, la conozco mejor que nadie, mejor que ella incluso.
¿Quién soy? Soy su espejo, reposo en su recamara detrás de la puerta. Y tristemente a veces también, soy su peor pesadilla…
Ya estoy cansado. Ya no quiero saber qué tan extragrande cree que es, ni cómo es que piensa que nadie la querrá si gana otros 2 kilos más, ya que Fernanda cree que quizá, esa sea la razón por la que su ex perdió interés.
A muchas de sus amigas les encanta escuchar las quejas sobre su cuerpo, porque eso a ellas las hace sentir mejor. Pero a mí no, me siento insultado al escuchar cosas tan viciosas sobre sí misma que solo ella ve; que no son del tamaño que ella las ves, mejor dicho.
A veces es tanta su obsesión por lo que cree que le sobra a su cuerpo, que Fernanda ya olvidó el día que compró el vestido azul que tenía una flor en el hombro. Yo en cambio nunca lo olvidaré, porque más allá de la pequeña cintura que se le marcaba y las piernas torneadas que salían por debajo de él, lo que más brillaba era su sonrisa. Esos pequeños hoyuelos que se forman cada vez que sonríe. Fernanda me contó que lo compró para una cita muy importante, me sentí tan orgulloso de sus éxitos, de sus victorias. Aunque me reía al ver el trabajo que le costaba decidir por los zapatos, cada par que se probaba lo amaba más que el anterior, y así volvía a probárselos todos… seis veces.
También recuerdo cuando se cortó el cabello, llevaba días quejándose de él y cuando regresó con ese pequeño cambio, pasó horas frente a mí modelando cada posible peinado. Lo acariciaba de una forma tan coqueta y sensual que llegó a seducirme. Me sonreía sin parar, jugando con su pelo mientras se veía como la mujer más linda y perfecta que existe. Ahí no importaban sus tallas.
Definitivamente me gustan más las mañanas en las que se siente sexy, que son cada vez más escasas. Fernanda se ha vuelto muy insegura con los años, ha olvidado que no necesita ni una gota de maquillaje para dejarnos impregnados de su magia y de su perfecta imperfección. Creo que todo comenzó cuando empezó a compararse. Desde ahí, todo cambió… creo.
Quisiera que cada día fuera como antes, que cada día volviera a seducirme, que volviera a seducirse a sí misma primero. Me encantaría poder recordarle los viejos tiempos, cuando buscaba cualquier pretexto para pasar frente a mí. Ahora me evita la mayoría de las veces, y cuando viene a mi… es casi siempre para criticarse.
La chispa que tenía en los ojos se ha ido esfumando, siempre pienso en lo afortunado que soy de ser testigo de su esfuerzo, de su cansancio, de sus ganas y más aún, de ese amor que siempre está dispuesta a dar para los demás pero no para ella misma.
La imagen que yo tengo de ella es muy distinta a la que ella tiene de sí misma, y eso es lo que quisiera que viera cada vez que se para frente a mí. Me gustaría volver a ser su amigo, no… su peor pesadilla.
Estamos juntos en esto
Alex