Cómo disfrutar tu soledad

Alex Pacheco
5 min readAug 2, 2019

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La primera vez que me di cuenta qué tan solo estaba, fue un día por la noche, sentado en la alfombra de la sala de mi casa, con las luces apagadas, comiendo pizza fría del día anterior y bebiendo vino tinto… en una taza de café (sucia).

Tenía un poco más de un año de haber terminado una relación de 16 años. Todos se desvaneció poco a poco hasta que finalmente terminó y se suponía que había llegado la hora de “ser libre de nuevo” y disfrutar el momento que tanto había esperado. Excepto que… no llegó.

Mi curriculum de soltero en ese momento se leía como: un hombre exitoso, con estabilidad económica, sin miedo a relaciones largas, con 16 años de experiencia en el amor. Ese era yo ¡Un partidazo! ¿Qué más se podía pedir?

Pero ¿por qué no podía disfrutar de mí? De mi nueva vida y recuperar ese tiempo “perdido”, salir con quien yo quisiera a la hora que yo quisiera sin dar explicaciones de nada. En lugar de ello, me había autoimpuesto un autoexilio todo esos meses. Había puesto mi teléfono en silencio (literal y metafóricamente) y me había “dejado desaparecer”. Había puesto mi vida en pausa y me tomó más de un año darme cuenta de ello.

De repente, esa noche de reflexión efímera pero profunda, en la sala de mi casa, escuchando a Simply Red, me di cuenta de lo que estaba sucediendo: no sabía quién era. ¿Cómo se puede vivir la vida cuando no sabes quién eres?

No solo estaba viviendo un duelo de pareja, estaba viviendo un duelo de familia, amigos y de todo a mi alrededor. Me di cuenta que en los 16 años que duró mi relación, estaba viviendo una vida que no era la mía, me abandoné por completo y entonces, mis amigos no eran en realidad mis amigos, eran amigos en común. Mi familia en gran parte era su familia. Mis planes en la vida eran en gran parte, sus planes. En fin, me drené. Por lo que ahora de soltero no sabía exactamente quién o qué era. Por consiguiente, estaba cometiendo exactamente los mismos errores, solo que sin pareja. Me seguía abandonando.

Me instalé en una vida en piloto automático y eso significaba, hacer lo único que sí sabía hacer y hacerlo mucho más de la cuenta: trabajar.

Así que unos días me levantaba muy temprano para empezar de inmediato mi rutina de trabajo y otro, muy tarde para evitar enfrentar al mundo, pero en cuanto decidía a hacerlo saltaba de la cama para empezar a trabajar y así… evitar vivir.

En todo momento debía tener mi cabeza ocupada. Si dejaba de hacerlo, me abordaban momentos de miedo, frustración y de soledad paralizantes.

Y así me fui hundiendo poco a poco, a medida que el año avanzaba, las fantasías que había tenido de mi vida de soltero se desvanecían. Esas ideas de irme de viaje para conocer personas o ir a cenar todos los días con una amiga diferente se habían esfumado, mientras que la soledad continuaba creciendo y también, no sé por qué, un sentimiento de culpa.

Se suponía que debía disfrutar del privilegio de ir al cine solo, salir a comer solo, ir a tomar una copa de vino solo; disfrutar de mi propia compañía. Sin embargo, no podía dejar de pensar en lo increíble que sería volver a tener a una persona a mi lado con quien hacer todas esas cosas.

Pero admitir que necesitaba a alguien, se sentía como una debilidad, una traición a la masculinidad, pero, sobre todo, una traición a quien se supone que debería ser: una persona soltera y libre.

Pero lo que sentía era todo menos libertad, me sentía atrapado en la nostalgia y la tristeza. Y, sobre todo, y lo más preocupante es que no tenía idea de quién era yo y no me había dado cuenta de ello.

Pero justo en ese momento, desde la alfombra fría de la sala, todo hizo clic. Fue ahí donde me di cuenta de lo libre que era, pero no por las razones que había imaginado.

Era libre porque podía hacer lo que se me diera la gana y no tenía qué hacer lo que alguien más quería que hiciera. Podía comer chatarra a mi antojo y tomar vino en una taza y… sucia. No tenía que seguir ningún protocolo de buenos modales, no tenía que recoger nada, ni limpiar. No tenía que comer lechuga solo por ser solidario, cuando lo que se me antojaba era una pizza. No tenía que ver una comedia romántica, otra vez, solo por ser solidario.

Me di cuenta que ese pequeño acto tan insignificante e inmaduro, era más bien una genuina declaración de independencia. Y entonces empecé a entender quién era yo.

Ese fue mi punto de inflexión. Empecé a notar que las bondades de estar solo no eran todas esas oportunidad de salir con muchas personas a la vez, sino esos pequeños detalles de estar conmigo mismo y resetearme.

Entendí que el secreto para disfrutar la soledad está en las cosas más cotidianas y simples, en poder tener tiempo de sobra para platicar conmigo mismo de la vida y de las cosas que realmente me interesan. En no tener que escuchar lo que no quiero, no tener que ver lo que no quiero ver, ni comer lo que no quiero comer. En no rendir cuentas a nadie. Esa es la clave.

Hoy mi círculo social es muy pequeño, sumamente pequeño de hecho, y sin embargo no me siento solo. Mi familia ahora es mi familia, y no la de alguien más.

Y aunque sigo creyendo que estar en pareja es la octava maravilla del mundo (o debería serlo), estar soltero es también un pedazo de arte fino si aprendes a disfrutar tu soledad.

Y para ello, primero tienes que saber quien eres.

Abrazo

Soy Alex, escritor, empresario y fundador de epicbook. Me dedico a escribir libros para figuras públicas y a contar historias. Sígueme en Instagram y en Facebook, si quieres aprender a contar tu propia historia y si quieres escribir tu libro para posicionarte como experto, crecer tu carrera, tu imagen y tu negocio.

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Written by Alex Pacheco

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