Dejaron de luchar

El matrimonio de Cristina se desmoronó ante los ojos de ella y los de su marido. Ninguno de los dos tuvo ganas de luchar.

Se mantuvieron en la negación e ignoraron las señales gigantes que hablaban de lo alejados que se encontraban el uno del otro.

–Si hubiéramos puesto atención, tal vez habríamos encontrado la luz que nos devolviera el uno al otro –pensó Cristina.

Les fue muy difícil darse cuenta de sus errores y los días se les fueron en quejarse uno del otro, sin reconocer que cada uno tenía áreas de oportunidad.

Pronto dejó de existir espacio suficiente para ambos en la cama que compartían. Donde, en algún otro momento, simplemente el rose de sus extremidades los hacia conectar el uno con el otro. Ahora, su lecho es el más pequeño de los bordes al que Cristina se aferra todas las noches mirando al abismo. Solo quedan almohadas que amurallan por detrás, pero que, a la vez, la protegen del aplastante silencio.

Aún comparten la misma habitación, porque ninguno de los dos desea dar explicaciones a su pequeño hijo.

Cristina no duerme bien. A menudo termina a medianoche en la sala, con un té de hierbas, un libro y su gato como compañía. Quiere dormir. Pero cada vez duele más intentar compartir lo que ya no se comparte.