Dulce supo exactamente cuándo murió el amor que la unió a su esposo. Recuerda el día, la lluvia, su rostro y su sentencia. Por muchos años, ella lucho por su matrimonio, no quería que todo terminará, pero él, parecía no escuchar, no entender.

Hasta que un día Dulce decidió que no lucharía más. Era el final. Se metió en las citas, profundizó en el trabajo. Dejó de preocuparse por su esposo.

Ya no había nada que arreglar, no había nada por qué luchar. La mujer que se enamoró de él se había ido. Ya no sentía el dolor de la angustia, las luchas de su matrimonio fallido, la devastación del amor perdido.

Dulce lo dejó y empezó a salir con alguien más. No fue por venganza, no fue por dolor. Fue porque para ella, todo había acabado.

Pronto conoció a un chico del que se enamoró locamente. Era un tipo que le encantó y le hizo creer que era digna de amor. Alguien que la miró como si hubiera ganado la lotería.

Cuando se conocieron, su marido ya no significaba nada para ella. Él era una roca segura y firme, era calma, era el ojo de la tormenta. Era el amor perfecto por el que quería luchar.

Dulce la paso muy mal cuando su esposo la busco para regresar. Él le suplicó por las décadas de felicidad que tuvieron juntos, sin embargo, parecían borrase con una frase: “Ya no te quiero”.