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El amor verdadero sí existe.
Mientras Lety crecía, nunca logró entender a sus padres, no sabía sí estaban locamente enamorados o en realidad estaban abocados al divorcio. Algunas mañanas se despertaba por el sonido ascendente de sus voces e intentaba descifrar sus palabras a dos habitaciones de distancia. Otras veces los encontraba cómodamente sentados en el sofá viendo su serie favorita.
— No puedo entender por qué no pueden llevarse bien, — los regañaba su abuela cuando los oía discutir.
A medida que Lety maduraba, comenzó a comprender que, como se habían casado muy jóvenes (su madre tenía 18 años y su padre 24), aún estaban construyendo sus propias identidades. En los comienzos del matrimonio, sus padres hacían malabarismos con sus trabajos como docentes y sus estudios a la vez que criaban a las hermanas mayores de Lety.
Ahora que Lety se independizó y viaja frecuentemente a casa de sus padres para visitarlos ha logrado entender mucho más a sus padres.
En su última visita, cuando su madre la vio llegar dijo: “¡Vamos al baile!”. Así que Lety los acompañó a un pequeño bar cerca de su casa. Su madre apenas llegó se fue a la pista seguida de su padre, se movió a través de un mar de “personas mayores”, hasta lograr escabullirse y conseguir un lugar privilegiado en la pista de baile del interior del lugar.