El Hada.

Tengo que hacer una confesión pública antes de que lo que atormenta mi alma se desboque.

Hoy por la mañana muy temprano pise un hada. ¡Y la hice caca!

Fue sin querer, por supuesto; salía corriendo de casa y sólo escuché un leve crujido, como de hojas secas a mis pies. Pero no es otoño y por ende no hay hojas secas en el jardín, así que me detuve.

Fue cuando, horrorizado la descubrí en el suelo. Primero pensé, a simple vista, que era una libélula, pero sé bien que esos anisópteros no cubren sus cuerpos con un vestido de tirantes de gasita azul.

Tuve que arrodillarme y quitarme los lentes (con la edad mi vista ha compensado y soy cada vez más miope y menos astigmático) para enfrentarme al muerto prodigio con el que empecé esta curiosa mañana. Decía T.S. Eliot que “abril es el mes más cruel”. No lo creo. Desde hoy, por lo menos para mí, será siempre marzo.

No describiré aquí el cadáver, porque me parece demasiado tétrico. Solo diré que estoy devastado y arrepentido de no fijarme donde piso.

En mi descargo diré que es la primera vez, y sin duda será la última. Otros, en cambio, matan hadas como mosquitos, por eso hoy hay tan pocas. Son hombres grises de trajes grises y corbatas grises, que las aplastan sin miramientos con sus relojes checadores o empuñando sus sellos de goma que dicen “Autorizado”. No…