La edad en las mujeres.

Otro pedacito. #novela2020

El día que cumplió 59 años se miró al espejo. Traía puesto solo el sostén y la tanga. Hacían juego, color negro, de encaje, preciosos. Ana suspiró y, sin dejar de mirarse, desabrochó el brasier y se lo quitó. Lo tiró al suelo. Luego, lentamente se bajó las bragas, sacó una pierna y con el otro tobillo se desembarazó de ellas con una gran patada. Se irguió. Sus pechos redondos, pequeños, un poco caídos, como era lógico, pero aún hermosos, delicados y suaves.

Para su edad no estaba tan mal, pero a partir de ese día, estaba a solo trescientos sesenta y cinco días, de llegar a su sexta década.

Estiró un brazo y encendió la luz, el foco del vestidor se prendió sobre ella y todas sus carnes, antes aceptablemente tersas, con la luz directa de ese foco maldito, parecieron desplomarse. Se le veían ondas, marcas, arrugas, cicatrices. Se escrutó despacio en el espejo, sin compasión.

“El cuerpo es traidor”, se dijo en voz alta, soliloquiando.

En efecto, el cuerpo es un traidor, los años se agazapan de manera insidiosa y a menudo eres el último en enterarte, que atrás de tus muslos te acompaña una celulitis que a la luz implacable de ese estúpido foco se ve feroz, intimidante.

Carne traidora, enemiga íntima que te hace prisionera de su derrota.