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La edad sí importa.
Hace dos décadas, estudiaba en la universidad y pasaba el verano en casa con sus padres. Ellos vivían en la playa, donde había una vida nocturna divertida y animada.
Había una fiesta de lujo en un club náutico. Era una fiesta de “barcos abiertos”, donde todo el mundo podía ir de barco en barco y tomar unas copas.
Ricardo asistió por invitación de su viejo amigo Víctor. La familia de él era escandalosamente rica. Su padre era dueño de una empresa de bienes raíces y también de un gran yate.
El primer barco al que fueron fue un catamarán de lujo de 100 pies. Cuando abordaron la cubierta exterior y bajaron las escaleras, escucharon música pop de principios de la década del 2000.
El barco era realmente hermoso, en su interior había sofás de cuero, chimenea de gas, elegantes mesas de mármol, una mesa central y una docena de jóvenes jugando a las cartas alrededor.
Todos estaban bebiendo cerveza, a pesar de que había vino y hasta champán.
Ricardo tomó una mano de cartas y se unió al siguiente juego.
Esta chica, Graciela, se sentó a su lado. Tenía el pelo largo, castaño y ligeramente rizado, de aspecto atlético y sorprendentemente hermosa. También tenía esa risita contagiosa.