Los hombres… ¿También lloran?

Alex Pacheco
6 min readSep 2, 2019

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“¿Qué te gustaría tomar?” David le preguntó. El calor en sus ojos ya estaba calentando la habitación.

Luces cálidas, departamento cálido, anfitrión cálido y música cálida. Simplemente el escenario perfecto. Ana hizo un análisis mental de la situación y descubrió que todo esa calidez combinada, también le estaba aumentando la temperatura de su cuerpo. Sonrío al pensarlo.

“¡Dame algo, lo que tengas!”, dijo. Él le guiñó el ojo y desapareció en su cocina.

Ana conoció a David en su clase de piano. Como si la vida no fuera suficiente para ella, ahora se comprometió a aprender a tocar el piano los viernes por la tarde después del trabajo.

Ana se sentía sofocada por la monotonía en su vida, así que un buen día fue a comprar un teclado eléctrico más grande que ella y se inscribió. Llegó a su primera clase con el piano en la espalda y dispuesta a aprender su primera lección: una canción de Maroon 5. Fue ahí donde sus ojos se encontraron.

David estaba sentado en una silla al fondo del salón, había al menos seis sillas vacías frente a él. “Es estudiante. Es maestro. Es estudiante. Es maestro”, Ana jugó el juego de arrancar los pétalos en su mente mientras seleccionaba el mejor asiento del salón. Ella siempre elige los mejores tomates en el mercado. Se siente triunfadora al pensar que obtuvo los más rojos y maduros. Y eso era lo mismo que estaba haciendo: elegir el mejor lugar al lado de quien quería sentarse. “Este es mi lugar”– pensó, y se sentó justo frente a él.

“¡Hola! Soy Ana”, le dijo sin confesarle que lo acaba de comparar con tomates. “Hola, soy David”, sonrió.

El calor de sus ojos brillaba en ella. “¿Eres estudiante o profesor?”, Ana preguntó. “Si fuera maestro, hubiera llegado tarde” Dave se rio.

Ana escuchó una risa ronca que era totalmente inadaptada para su rostro angelical y sus ojos cálidos. Comenzó la clase y se deleitaron con el sonido de las notas el uno al otro.

Esa misma semana, se reunieron para tomar un café… dos veces. Aunque estas reuniones no calificaron formalmente como citas, al menos no para Ana. No fueron planeadas, no sonaron las campanas y ella se la pasó hablando de sus habilidades secretas para abrir un coco duro sin perder el agua.

David no decía mucho, solo la observaba tratando de entender las historias de sus cocos.

"¿David esperaba que esto fuera una cita?” se preguntó Ana. Le ha ido tan mal en citas últimamente, que ha perdido la práctica y ya no sabe distinguir si solo están tomando café y hablando de cosas tontas, o si esto es potencialmente una cita romántica.

Para no quedarse con esa incertidumbre, sugirió a David planear una cita real después de la clase, la próxima semana.

“¿A qué te refieres con: una reunión planeada?” preguntó David “¿Una cita?” – agregó. Miró a Ana mientras ella se ponía de mil colores. “Sí”, - contestó ella con voz resquebrajada.

“Me parece muy bien, trae tu piano e intercambiamos notas toda la noche” guiñó David.

Ahí estaba. Ana estaba siendo un invitada a una cita con un hombre de mirada cálida, en un lugar cálido seguramente. Llegó al departamento de David, emocionada por descubrir qué más cosas cálidas podía encontrar. Miró a su alrededor como sueles hacerlo cuando llegas a casa de alguien, tratando de conocer más a la persona a través de sus artículos personales. Como por ejemplo ese libro polvoriento arriba de un mueble o la foto de su gato.

Excepto que no había foto de algún gato. Había un perro salchicha llamado Ernesto. Ana siguió mirando las otras fotos en la sala, cuando escuchó pasos.

David salió de la cocina con una bandeja que tenía dos copas de vino, una botella de tinto, rebanadas de pan y un frasco de “algo”. Ana puso atención y vio que la tapa del frasco revelaba: "Mermelada de manzana".

“Wow.¿Mermelada de manzana para nosotros? ¡Estaba pensando más como… pizza o algo así!”, exclamó Ana.

“¡Lo siento! No tengo otra cosa” contestó David. “¿No tienes de Guayaba?”, preguntó Ana en tono sarcástico. “Mermelada en una cita” Se preguntaba en voz alta.

"¿Dijiste algo?", preguntó David. "Umm, no", Ana intentaba esconder su mirada perpleja y su confusión.

David introdujo una cuchara en el frasco y la sacó con un bulto enorme de mermelada. “Abre la boca” – ordenó a Ana y, sin que ella tuviera tiempo de reaccionar, le metió toda la cuchara.

Ana frotó con su lengua la masa pegajosa contra su paladar y empezó a sentir su sabor. Puso los ojos en blanco y casi muere en la dulce gloria.

Ana permaneció con los ojos cerrados disfrutando en su boca de aquella pequeña “muerte” provocada por el manjar más dulce… Cuando de repente, escuchó un llanto.

David estaba llorando. "Lo siento, todo esto me recuerda a alguien", dijo, bajando la mirada.

Ana se quedó helada. Estaba ahí sentada frente a un hombre llorando. Un hombre a quien esperaba besar pronto. Una cita comiendo mermelada de manzana con un hombre que estaba recordando a alguien más. Un hombre adulto, que permite que su masculinidad se derrita en lágrimas por la mermelada de manzana que seguramente solía compartir con “otra”.

Ana lo veía llorar. “ ¿Debo quedarme? ¿Debo irme?”, Se preguntaba.

Intentar consolarlo parecía no tener ningún sentido, así que decidió irse. Tomó su piano y salió por la puerta.

Semanas después, algo se agitó en ella. Un poco de incomodidad en algún lugar dentro de sí. Mientras sus clases de piano progresaban, esa pequeña semilla de incomodidad realmente había echado raíces profundas dentro de Ana.

¡Extrañaba a David!

Él había dejado de ir a las clases de piano después del incidente. Y Ana todos los viernes esperaba que David apareciera, pero no lo hizo. Todos los viernes, esperaba que la llamara, pero no lo hizo. Entonces las notas del piano en la clase sonaban vacías, mudas para los oídos de Ana. La música había desaparecido. Y a medida que pasaban los días, lo extrañaba aún más.

Semanas después, Ana fue a buscarlo. Tocó a su puerta.

“¡Hola, Ana!”, - Contestó David gratamente sorprendido. “Lamento haber terminado llora ...” Mientras aún estaba en la puerta, Ana lo interrumpió tapándole la boca.

“Fui al mercado hoy, conseguí las mejores manzanas rojas y maduras, para ti. Hagamos un poco de mermelada de manzana, ¿de acuerdo?”. Ana preguntó y sin esperar respuesta de él, entró en su departamento.

Abrazo.

Alex

Soy Alex, escritor, empresario y fundador de epicbook. Me dedico a escribir libros para figuras públicas y a contar historias. Sígueme en Instagram y en Facebook, si quieres aprender a contar tu propia historia y si quieres escribir tu libro para posicionarte como experto, crecer tu carrera, tu imagen y tu negocio.

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Written by Alex Pacheco

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