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Mariana y Javier llevaban diez años de matrimonio. Su vida juntos había sido, en su mayor parte, feliz. Habían construido una vida en común, con días de risa y noches de calma, compartiendo sueños y superando obstáculos. Sin embargo, como toda relación, habían atravesado momentos difíciles. Mariana había notado que Javier estaba distante en los últimos meses, pero nunca imaginó la verdad que estaba por descubrir.
Una tarde lluviosa, mientras buscaba un documento en la computadora de Javier, Mariana encontró un mensaje que la dejó helada. El texto era breve, pero no dejaba lugar a dudas: su esposo había tenido una aventura. Sintió cómo el suelo se abría bajo sus pies y el aire se volvía denso, imposible de respirar. El mundo que conocía se desmoronaba ante sus ojos.
Esa noche, cuando Javier llegó a casa, encontró a Mariana sentada en la sala, con la cara pálida y los ojos llenos de lágrimas. No hubo necesidad de palabras, su silencio lo decía todo. Confesó lo que había hecho, sin intentar justificar lo injustificable. Mariana escuchó en silencio, cada palabra de Javier era como un cuchillo que se clavaba más profundamente en su corazón.
El dolor fue abrumador, pero no más que la confusión. Mariana sabía que, a pesar de la traición, seguía amando a Javier. ¿Podría alguna vez perdonarlo? ¿Podrían reconstruir lo que había sido destruido? Javier, lleno de remordimiento, se arrodilló ante ella, suplicándole otra…