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¿Recuerdas cuando rodar por una colina cubierta de hierba, jugar a las escondidas, andar en bici o escuchar música con un buen amigo eran los objetivos principales del día?
Imagina cuando eras niño y tu pasión por la vida era ilimitada.
Regresa a tu mente esos días de dulces alegrías donde disfrutabas de un buen desayuno, por sencillo que este fuera, y de un pequeño descanso para salir a la calle sin importar qué tan frío o caluroso estuviera el clima.
Podías pasar horas analizando el “qué pasaría si: ¿Y si me convierto en científico? ¿Y si estudio para escritor o poeta? ¿Y si me voy a viajar por el mundo?”. Hoy como adulto, los pensamientos han cambiado drásticamente: “¿Tengo que pagar esta cuenta? ¿Tengo que vender más?¿Podré conseguir ese aumento de sueldo?”.
Al crecer nos olvidamos de quienes somos realmente. Ser adulto nos llevó a un lugar donde perdimos los recuerdos de la infancia.
Recientemente me di cuenta de esto y de lo que significa recuperar los aspectos perdidos del alma de niño.
Cuando resurgieron los buenos recuerdos de mi infancia, me di cuenta de que estaba experimentando una especie de sanación. Y me invadió una alegría similar a la que sentía cuando era niño.
Somos los primeros que queremos cambiarnos. Y por ello empezamos a olvidarnos de nuestras pasiones de la infancia y comenzamos a socavar…