Sofía caminaba por las calles de la Ciudad de México, disfrutando del bullicio de la ciudad que tanto amaba. Había crecido en esta metrópoli vibrante y llena de contrastes, y a pesar de que conocía bien sus calles, cada rincón siempre tenía algo nuevo que ofrecer. Después de un largo día de trabajo en su oficina de diseño gráfico, decidió pasar por su cafetería favorita en la colonia Roma.
Mientras esperaba su café, un hombre entró apresurado y, en su distracción, tropezó con ella, derramando un poco de su bebida. Sofía, siempre amable, le sonrió, asegurándole que no había problema. Él, un poco avergonzado, se disculpó y se presentó como Diego. Era fotógrafo freelance, y justo había regresado de un viaje por Oaxaca, donde había capturado imágenes de los paisajes y las personas locales.
Esa pequeña interacción llevó a una conversación más larga. Diego tenía un encanto natural, y pronto estaban hablando de sus pasiones: el arte, la cultura mexicana, y sus sueños. Acordaron verse de nuevo, esta vez en un pequeño mercado de artesanías, donde podían explorar juntos.
Con el tiempo, la relación entre Sofía y Diego floreció. Paseaban por los parques de Coyoacán, disfrutaban de las vistas desde el Castillo de Chapultepec, y descubrían juntos pequeños restaurantes y bares escondidos en las calles de la ciudad. Compartían la misma pasión por la creatividad y el arte, y soñaban con un futuro donde pudieran combinar sus…