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Tomó su mano en la suya y la llevó a su casa. Monse se quedó allí, mirándolo preparar la cena: era puré de papa con bistec y ajo. A menudo él se acercaba a ella y le daba un beso, y después seguía cocinando.
Monse había dejado a su marido por una variedad de razones, pero el hombre frente a ella había tenido mucho que ver para que finalmente tomará la decisión de liberarse de esa relación destructora.
Por muchos años Monse se sintió cobarde por no haberse ido años antes y, haber esperado hasta que su marido se lo pidiera.
En ese momento de desesperación, como cuando el Titanic se hundió, Monse se aferró a lo que creyó era un trozo de madera en medio del Atlántico.
Esa noche Monse cenó con él y le platicó con gran detalle sobre cómo había terminado su relación de matrimonio. Él trataba de entender por qué Monse se había quedado con alguien con quien había estado en descontento durante tantos años.
Monse sabía que Andrés no era la persona que estaba buscando, no era alguien de quién pudiera enamorarse. Reconocía que era lindo, muy tierno y un buen conversador. Pero ella sabía que solo estaría con él, mientras podía superar su separación matrimonial.
Así era y tenía que ser muy clara con él, porque en el corazón no se manda. El corazón sabe exactamente lo que quiere y con quién se compromete.
De repente Monse sentía culpa porque estaba siendo egoísta y egocéntrica, así como insensible e irresponsable. Se estaba dejando seducir por la fantasía de un amor que sabía, la sacaría del lodo de su…